lunes, 7 de septiembre de 2009

Bitácora de un viaje en colectivo II

Me molesta sobremanera que intenten invadir mi privacidad. "¿De dónde venís?", "¿adónde vas?", "¿vas a salir?", "¿a qué hora volvés?". Todas esas preguntas de madre en épocas de mi adolescencia me irritaban hasta niveles insospechados. Pero, después de todo, era mi madre y se preocupaba por mi bienestar.
Ahora bien, ¿quién se cree que es ese tipo que, por estar detrás de un volante grande como un timón, piensa tener el derecho de hurgar en mi vida privada? Si yo me subo al colectivo y pido un boleto de un peso veinticinco es porque mi destino estará dentro de los límites del valor de ese pasaje.
"Uno veinticinco", le dije ayer al colectivero (por supuesto, nunca pronuncié ni un "hola" ni un "por favor") y tuvo el descaro de intentar averiguar: "¿Adónde vas?". "Pero ¿qué te importa?", me dieron ganas de decirle, aunque me mantuve firme: "Uno veinticinco", insistí. Y siguió: "Te pregunté adónde ibas". A Coronel Díaz y Libertador, respondí resignado y sin ganas de pelear. "Está bien", me dijo mientras me marcaba un boleto de, a que no saben cuánto... Sí, un peso y veinticinco centavos. ¿Acaso pensó que lo iba a estafar? ¿Que yo integraba una banda de asaltantes dedicados a robar cinco centavos por viaje y así, amarrocar una fortuna para luego escapar a alguna isla tropical con el botín?
Paremos con esta locura. En tiempos de facebook, donde todos conocen nuestra situación sentimental y saben cuántos puntos hicimos en el Typing Maniac, la privacidad de nuestro destino al momento de subirnos al bondi es lo único que nos queda. No perdamos esta última línea de defensa de nuestra intimidad. Yo no soporté la presión, pero usted no haga lo mismo. Evitemos vivir en un mundo repleto de colectiveros chusmas.
Ahora los dejo porque tengo que llenar mi perfil de facebook con todos los detalles de mi vida personal. No vaya a ser cosa de que quede desactualizado.

jueves, 23 de octubre de 2008

La roca

-Quiero que desaparezca. Me vuelve loco.
-No es para tanto.
-Su luz es intolerable, no me permite pegar un ojo por las noches.
-Es algo a lo que deberás acostumbrarte. Todos lo hicimos. Cada 20 años, esa roca incandescente aparece en el cielo y cruza la atmósfera, iluminándolo todo con su resplandor verdoso.
-¿Cómo hicieron la última vez para soportarlo?
-Simplemente intentamos no pensar. Mirar hacia arriba lo menos posible. Imaginarnos que no está ahí, sobre nuestras cabezas. Pretendiendo que nunca existió…
-…un cementerio flotando en el espacio. Millones de cadáveres sobre una gran piedra insoportable.
-Es el destino que ellos se forjaron. Nadie los obligó a elegir el camino que los llevó a la destrucción.
-¿Lo mismo nos va a pasar a nosotros?
-No, aprendimos de sus errores. Intentemos pensar que la Tierra no se sacrificó en vano.

sábado, 11 de octubre de 2008

Bitácora de un viaje en colectivo I

Finalmente, y después de mucho tiempo, ayer me decidí. Subí al colectivo, como todos los días, y saludé al colectivero. "Buenos días", le dije como quien no quiere la cosa. Intenté pasar inadvertido pero enseguida comencé a observar los efectos de mi experimento.
El chofer, con los ojos rellenos de sorpresa y alegría, me devolvió el inusual saludo. "Buenos días para usted también", me respondió radiante el tipo, acostumbrado a charlas con los pasajeros que empiezan y concluyen en la misma frase: "Un peso". A veces, alguien pronuncia por lo bajo un "por favor", pero no más que eso.
Esta vez alguien lo saludó, le deseó un buen día, se preocupó por advertir su existencia como ser humano detrás del inmenso volante. Me gusta pensar que su jornada fue mejor tras ese saludo matinal. Por eso -tan sólo por la satisfacción de hacer mejor la vida del otro- me dispuse a saludar a los colectiveros todas las mañanas, reemplazando el seco "un peso" por un más cándido "buenos días, ¿me daría uno de un peso, por favor?". Eventualmente, la charla concluiría con un "gracias".
Y quién sabe, tal vez algún día hasta lleguemos a discutir sobre el clima o la caída de la bolsa de valores de Shanghai. El cielo es el límite.
Por todo eso, me propuse predicar mi mensaje evangelizador bajo la consigna "salude al colectivero, que también es una persona". Después de todo, depositamos en sus manos (y en sus pies) nuestros destinos camino al trabajo (o de vuelta a casa).
Todo, hasta que esta mañana me subí al 130 y con mi mejor sonrisa de publicidad de dentífrico le dije al conductor: "Muy buenos días, uno de un peso por favor".
"Buenos serán para vos, flaco, que no tenés que estar todo el día arriba de este cacharro", masculló entre dientes con cara de pocos (o ningún) amigos, mirando para otro lado. Desde ese momento me decidí: basta de saludos, basta de cordialidades con esos ingratos. De ahora en más, cada vez que me suba, sólo diré una frase: "Un peso".

Sin ingenio

Hoy ando por la vida así. Agobiado por la pereza, con dolor de cabeza, agotado de la bajeza. Solo en esta empresa, con las cartas sobre la mesa, saliendo de la maleza. Buscando la máxima pureza dentro de la rareza. Sufriendo por la dureza, con casi nada de delicadeza. Me escasea la sutileza, en este día que recién empieza. Hoy ando por la vida así, mejor me olvido de todo y me como una milanesa.

miércoles, 23 de abril de 2008

Bitácora de una página en blanco

Esta mañana se me ocurrió una idea más o menos interesante. En realidad, fueron fragmentos de algo que podría haber sido un cuento respetable o una para nada despreciable narración. Pero soy demasiado indolente como para ponerme a armar rompecabezas tan de madrugada.

Por eso, los pedazos de esa idea se perdieron para siempre, erosionados por otras preocupaciones mañaneras o por pensamientos pasajeros que llegaron como la espuma del mar y así se fueron.

Sigo esperando alguna ocurrencia digna de aparecer en este espacio. Por ahora, todo sigue en blanco.